miércoles, 30 de marzo de 2011

Crono-pánico

Mi primita de 9 años juega con mi pelo, y  más que eso me intenta arrancar algún pelito. Le pregunto qué hace, y me dice que tengo una cana. No le creo hasta que la veo. Mi tía me dice que su hijo de 21 años también tiene. Me dice que tengo entradas. Yo le contesto que siempre las tuve, que la forma de mi pelo es así. Trato de acordarme de alguna foto de cuando era un chico.
¿Cuánto tiempo se disfruta de la juventud? ¿Cuánto tenemos para disfrutar hasta que el tiempo nos exponga a sus achaques? ¿Es que apenas nos terminamos de desarrollar físicamente, que comienza el leve declive? ¿Cuántas son las verdaderas primaveras de la vida física? ¿Desde qué edad miramos a otros más chicos y sentimos un poco de nostalgia? Tal vez la nostalgia se deba a que mis compañías son de un rango etario muy amplio. Exponerse a pasar el tiempo con personas menores a uno puede llevar a que uno se sienta, y no por casualidad, un poco más viejo ¿Es que todos queremos ser adolescentes? Los estudios de marketing dicen que sí. Yo sólo quiero crecer sin que se note.
La culpa no la tiene el tiempo. Es lo que uno hace del tiempo. Y las cosas que no hacemos, nunca las habremos hecho. Esto no es menor, sobre todo en el amor. No hablo sólo del amor de una pareja, de por sí fundamental, pero también de salir al encuentro con las personas, de conocerlas en su profundidad y de crear vínculos duraderos basados en la fraternidad y la risa. Cuánto bien hace reír desde el corazón con una persona; y hablar de las verdades del alma, y de las cosas más superfluas también. Por eso ahora pienso en lo fundamental que son las personas y en cuánto dependo de ellas para mi felicidad. Desde los ancianos hasta los niños. Dependo de la gente que me rodea para ser pleno, dependo de cómo impacto en ellos y de como ellos impactan en mi.



El hombre busca seguridad en las cosas por él conocidas. Pero el tiempo transforma lo conocido. Lo conocido muta. Lo conocido deja de serlo. Nosotros nos aferramos a una imagen de lo conocido. Pasa con las personas. Las personas cambian con el tiempo. Incluso, las personas son diferentes según con qué grupo interactúen. No es el mismo José para los compañeros de arquitectura que para los amigos del club, menos para los de teatro. Sin embargo, si vemos a José unos años después, lo recordaremos como el compañero de fútbol, el ex novio de Camila o el pervertido de Flores. Tratamos de crearnos un mundo de certidumbre, porque eso nos da seguridad. Aceptar que todo cambia es aceptar que no tenemos control sobre el mundo. Aceptar el cambio es amigarse con la incertidumbre.
Muchos denegamos del tiempo, y así, también lo hacemos de la muerte, algo que a pesar de lo impalpable es visible. Krishnamurti habla de incorporar la muerte a la vida. Ya olvide lo que quizo decir con eso ¿Es que debemos abandonar la vida cotidiana que llevamos a modo de experimentar nuestra propia muerte? Mis respetos a Krishnamurti, pero ningún pensador, por sabio que sea, va a guiar mi pensamiento. Cada uno, desde el lugar del que viene y de lo que experimentó y leyó, tiene un pensamiento formado, a partir de más de una persona. Soy anti personalista y, para mi, no hay un hombre que posea o haya poseído la verdad completa. Sin embargo tomo líneas de pensamiento de Krishnamurti.  A fin de cuentas, la muerte es lo desconocido. Cada uno puede tener una idea acerca de lo que la muerte es, pero nadie la conoce realmente. Entonces, ¿A qué le tenemos miedo? ; ¿A la muerte en sí o a la muerte hacia las cosas conocidas, al mundo que nos armamos? Yo por lo pronto no tengo miedo, aunque si me da algo de pena el asunto de la muerte y otras cosecuencias del tiempo.
El tiempo obliga a crecer, y así como se nota físicamente, el tiempo se nota en las responsabilidades.
Antes era más sencillo. Uno era noble o plebeyo. Si su sangre era azul no tenía más que salir de caza, ser un aficionado al arte y tomar desproporcionadas cantidades de te con gente de su misma condición sanguínea. Si se nacía plebeyo, lo más probable es que  fuese un campesino, pero también existían los oficios; como el de albañil, carpintero, herrero o pescador, entre otros. En general las profesiones no se elegían, sino que eran heredadas de los padres. No había test ni crisis vocacional. Hoy todo mejoró (o empeoró para los indecisos), y uno puede elegir entre un enorme abanico de posibilidades profesionales. La elección vocacional puede ir desde ser un anestesista, hasta ser un músico-terapeuta o un ingeniero en sistemas, o un diseñador gráfico. El mundo se ha ido especializando de tal modo que para ser el mejor en una cosa, uno se debe dedicar exclusivamente a lo que eligió. Claro está que el mundo esta poblado de gente medianamente buena en su campo. Pero ¿Cuántas personas conoce que sean realmente excelentes en lo que hacen? Deberían ser muy pocas. Si su idea es dedicarse a, por decir, tres actividades, en lugar de una sola, lo más probable es que no se destaque al nivel de los mejores, en ninguna de ellas. Esto me molesta ¿Cómo elegir sólo una actividad a la que dedicar la vida? Nuestro trabajo define nuestras vidas. En él pasamos al menos 9 horas de nuestro día, 45 horas a la semana. Que nos guste lo que hacemos, que nos llene y nos apasione, es vital. Lo que deberíamos encontrar es que el trabajo no sea trabajoso, algo desgastante que nos hace miserables, sino algo que nos entrega vitalidad y a lo que estamos dispuestos a entregar toda nuestra energía. Esa parece ser la única forma de que la ecuación funcione. Nuestro trabajo nos define. Podremos ser padres, hermanos, goleadores, novios o artistas aficionados. Todo esto es importante, sobre todo nuestros vínculos familiares y fraternales, que son el fundamento sobre el que edificamos nuestra vida. Pero más allá de todo, está aquello que nos diferencia y nos define: nuestra profesión.
¿Cuánto hay de inducido en nuestra elección profesional? ; ¿Realmente al estudiante le gusta tanto la medicina a los 18 años como para decidir dedicar su vida a eso? Una persona tiene muchas dimensiones, muchas de las cuales no va a conocer, como podría ser el hacer danza, o escribir cuentos o resolver ejercicios matemáticos. Nos negamos, guiados por prejuicios, a no hacer ciertas cosas. La realidad es que al momento de elegir, no conocemos todo nuestro potencial, ni hemos explotamos nuestra curiosidad lo suficiente para conocernos de fondo y saber quiénes deseamos ser en un futuro.  No estoy en contra de salir del colegio y elegir una carrera. Sólo busco analizar qué es lo que nos lleva a ello y qué factores contextuales nos limitan al tomar las decisiones que tomamos.

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