sábado, 8 de octubre de 2011

La noche

Chicas de la noche, distantes y frías. En grupo o de a dos, siempre no disponibles, como si estuviesen ocupadas haciendo algo. Bailan mirando, pero más que nada miran. No se ríen, algunas parecen aburridas, otras  lo disimulan mientras toman algo o prenden un cigarrillo.
Y todo pasa en tan poco tiempo. Digo, 3 horas como máximo. La ansiedad hace que el tiempo pase más lento.
Es un ritual. Me imagino a los miembros de una tribu indígena totalmente anonadados frente a la descripción de una típica salida. Nos acostumbramos a todo. Tomamos lo que nos fue dado. Vivimos acá y ahora, esto es lo normal. No hay ejercicio de cuestionamiento, como preguntarse ¿Para qué? Para qué si no te gusta la música, si está muy alta, si no sabés ni te gusta bailar, la entrada es carísima, tomar también, y al día siguiente tenés una resaca universal. Todo para ver qué pasa. Porque la esperanza no muere. Y quién te dice.
Todos miramos y somos mirados. Algunos más, otros menos. Miramos el centro de la pista, cómo si buscásemos a alguien. Miramos el DJ, que no hace mas que girar unas perillas. Miramos si hay alguien que de verdad nos pueda llegar a gustar. Miramos según lo que cada uno cree es la belleza. Nada nos convence mucho, pero no se pierde nada intentando. El pibe de al lado está hace diez minutos rodeando un grupo de chicas, y quiere acercarse a una, pero no se anima. Finalmente lo hace, y la chica mira para otro lado. No hace falta que diga nada. El pibe piensa si seguir, si esa maniobra evasiva es un histeriqueo. Pero no, el lenguaje corporal es muy claro.
Eterno dolor del rechazado ¿Qué nos lleva cada noche a hacer el revoque de esas paredes, cada vez más altas?  Las hacemos crecer en su ego, las dejamos que nos pisen. Desgraciadas, las entiendo. Están cansadas de lo mismo. Porque cuántos pibes, cuántos cómo yo, ésta noche y el resto de las que vivieron, con una idea, una sola idea en la cabeza, y ya como objetos se sienten. Ustedes lo notan, es evidente la calentura, la necesidad. Si tenemos que dar el primer paso, estamos interesados, es obvio.

Pero algunos de nosotros quieren conocerlas. A diferencia de ellos, queremos saber quiénes son, y arreglar una salida y, tal vez, quién dice, terminemos siendo novios. Entonces nos dan sus celulares y sus facebook. Pero para qué, para qué si después no atienden el teléfono y no responden mensajes. Hasta que finalmente una atiende, una que no se arrepiente del pibe que se chapo una noche en un boliche. Pero ahora la mina esta interesada en vos, y ya te pide que hagan cosas de novios, y vos la terminás dejando porque no estás para esas cosas, y tampoco es que la amás como para dejar todo lo otro. Y ella vuelve al boliche un poco más molesta y cínica. Y vos también volvés, porque el boliche es la excusa del soltero.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Dejarse el pelo crecer

Hay normas, hay marcos sociales. Hay una constitución  tácita en la que no está bien visto el pelilargo. Las porras son irrespetuosas, no piden permiso, son llamativas, no tienen vergüenza, y son irremediablemente rebeldes. Cada centímetro que el pelo avanza es un centímetro más que aleja al melenudo de la gente bien nacida.
Las melenas son algo poco común hoy en día. Ya no son los ochentas. Los ídolos dejaron de ser esos rockeros de videoclip, con sus rulos y su fijador de pelo, con un ventilador que agita sus crines, creando un efecto intencionadamente sensual. Los tiempos cambiaron, pero no para todos. Repasemos. Los hippies son los exponentes más populares del pelilargismo; también están los rasta, con dreadlocks que pueden llegar a arrastrar por el piso con orgullo; los motoqueros y los metaleros, que a veces son la misma cosa ; y los vagabundos y los artistas, que a veces son la misma cosa también. Si hay algo que distingue a estos grupos marginales es el largo de sus cabelleras. No son los tatuajes, ni los piercing, es el pelo de la cabeza, y también el pelo de la cara, o barba, pero ese es otro tema. ¿Será que inconcientemente ellos quieren volver a un estado arcaico de la existencia, o es sólo que con sus crines buscan dar una imagen de primitivos? La verdad es que no lo sé, tal vez sólo siguen lo que hace su grupo de pertenencia.
Yo, por lo pronto, nunca tuve el pelo tan largo. Es una mota. La gente se sorprende o no me reconoce. Quiero la foto como premio, para mostrarles con orgullo a mis hijos el fruto peludo de mi paciencia. Pero ¿Qué mujer, ahora, así, con este quilombo en la cabeza? Quiero el Guiness y también quiero la experiencia de vivir por un tiempo como un delincuente.  

miércoles, 30 de marzo de 2011

Crono-pánico

Mi primita de 9 años juega con mi pelo, y  más que eso me intenta arrancar algún pelito. Le pregunto qué hace, y me dice que tengo una cana. No le creo hasta que la veo. Mi tía me dice que su hijo de 21 años también tiene. Me dice que tengo entradas. Yo le contesto que siempre las tuve, que la forma de mi pelo es así. Trato de acordarme de alguna foto de cuando era un chico.
¿Cuánto tiempo se disfruta de la juventud? ¿Cuánto tenemos para disfrutar hasta que el tiempo nos exponga a sus achaques? ¿Es que apenas nos terminamos de desarrollar físicamente, que comienza el leve declive? ¿Cuántas son las verdaderas primaveras de la vida física? ¿Desde qué edad miramos a otros más chicos y sentimos un poco de nostalgia? Tal vez la nostalgia se deba a que mis compañías son de un rango etario muy amplio. Exponerse a pasar el tiempo con personas menores a uno puede llevar a que uno se sienta, y no por casualidad, un poco más viejo ¿Es que todos queremos ser adolescentes? Los estudios de marketing dicen que sí. Yo sólo quiero crecer sin que se note.
La culpa no la tiene el tiempo. Es lo que uno hace del tiempo. Y las cosas que no hacemos, nunca las habremos hecho. Esto no es menor, sobre todo en el amor. No hablo sólo del amor de una pareja, de por sí fundamental, pero también de salir al encuentro con las personas, de conocerlas en su profundidad y de crear vínculos duraderos basados en la fraternidad y la risa. Cuánto bien hace reír desde el corazón con una persona; y hablar de las verdades del alma, y de las cosas más superfluas también. Por eso ahora pienso en lo fundamental que son las personas y en cuánto dependo de ellas para mi felicidad. Desde los ancianos hasta los niños. Dependo de la gente que me rodea para ser pleno, dependo de cómo impacto en ellos y de como ellos impactan en mi.



El hombre busca seguridad en las cosas por él conocidas. Pero el tiempo transforma lo conocido. Lo conocido muta. Lo conocido deja de serlo. Nosotros nos aferramos a una imagen de lo conocido. Pasa con las personas. Las personas cambian con el tiempo. Incluso, las personas son diferentes según con qué grupo interactúen. No es el mismo José para los compañeros de arquitectura que para los amigos del club, menos para los de teatro. Sin embargo, si vemos a José unos años después, lo recordaremos como el compañero de fútbol, el ex novio de Camila o el pervertido de Flores. Tratamos de crearnos un mundo de certidumbre, porque eso nos da seguridad. Aceptar que todo cambia es aceptar que no tenemos control sobre el mundo. Aceptar el cambio es amigarse con la incertidumbre.
Muchos denegamos del tiempo, y así, también lo hacemos de la muerte, algo que a pesar de lo impalpable es visible. Krishnamurti habla de incorporar la muerte a la vida. Ya olvide lo que quizo decir con eso ¿Es que debemos abandonar la vida cotidiana que llevamos a modo de experimentar nuestra propia muerte? Mis respetos a Krishnamurti, pero ningún pensador, por sabio que sea, va a guiar mi pensamiento. Cada uno, desde el lugar del que viene y de lo que experimentó y leyó, tiene un pensamiento formado, a partir de más de una persona. Soy anti personalista y, para mi, no hay un hombre que posea o haya poseído la verdad completa. Sin embargo tomo líneas de pensamiento de Krishnamurti.  A fin de cuentas, la muerte es lo desconocido. Cada uno puede tener una idea acerca de lo que la muerte es, pero nadie la conoce realmente. Entonces, ¿A qué le tenemos miedo? ; ¿A la muerte en sí o a la muerte hacia las cosas conocidas, al mundo que nos armamos? Yo por lo pronto no tengo miedo, aunque si me da algo de pena el asunto de la muerte y otras cosecuencias del tiempo.
El tiempo obliga a crecer, y así como se nota físicamente, el tiempo se nota en las responsabilidades.
Antes era más sencillo. Uno era noble o plebeyo. Si su sangre era azul no tenía más que salir de caza, ser un aficionado al arte y tomar desproporcionadas cantidades de te con gente de su misma condición sanguínea. Si se nacía plebeyo, lo más probable es que  fuese un campesino, pero también existían los oficios; como el de albañil, carpintero, herrero o pescador, entre otros. En general las profesiones no se elegían, sino que eran heredadas de los padres. No había test ni crisis vocacional. Hoy todo mejoró (o empeoró para los indecisos), y uno puede elegir entre un enorme abanico de posibilidades profesionales. La elección vocacional puede ir desde ser un anestesista, hasta ser un músico-terapeuta o un ingeniero en sistemas, o un diseñador gráfico. El mundo se ha ido especializando de tal modo que para ser el mejor en una cosa, uno se debe dedicar exclusivamente a lo que eligió. Claro está que el mundo esta poblado de gente medianamente buena en su campo. Pero ¿Cuántas personas conoce que sean realmente excelentes en lo que hacen? Deberían ser muy pocas. Si su idea es dedicarse a, por decir, tres actividades, en lugar de una sola, lo más probable es que no se destaque al nivel de los mejores, en ninguna de ellas. Esto me molesta ¿Cómo elegir sólo una actividad a la que dedicar la vida? Nuestro trabajo define nuestras vidas. En él pasamos al menos 9 horas de nuestro día, 45 horas a la semana. Que nos guste lo que hacemos, que nos llene y nos apasione, es vital. Lo que deberíamos encontrar es que el trabajo no sea trabajoso, algo desgastante que nos hace miserables, sino algo que nos entrega vitalidad y a lo que estamos dispuestos a entregar toda nuestra energía. Esa parece ser la única forma de que la ecuación funcione. Nuestro trabajo nos define. Podremos ser padres, hermanos, goleadores, novios o artistas aficionados. Todo esto es importante, sobre todo nuestros vínculos familiares y fraternales, que son el fundamento sobre el que edificamos nuestra vida. Pero más allá de todo, está aquello que nos diferencia y nos define: nuestra profesión.
¿Cuánto hay de inducido en nuestra elección profesional? ; ¿Realmente al estudiante le gusta tanto la medicina a los 18 años como para decidir dedicar su vida a eso? Una persona tiene muchas dimensiones, muchas de las cuales no va a conocer, como podría ser el hacer danza, o escribir cuentos o resolver ejercicios matemáticos. Nos negamos, guiados por prejuicios, a no hacer ciertas cosas. La realidad es que al momento de elegir, no conocemos todo nuestro potencial, ni hemos explotamos nuestra curiosidad lo suficiente para conocernos de fondo y saber quiénes deseamos ser en un futuro.  No estoy en contra de salir del colegio y elegir una carrera. Sólo busco analizar qué es lo que nos lleva a ello y qué factores contextuales nos limitan al tomar las decisiones que tomamos.