viernes, 2 de septiembre de 2011

Dejarse el pelo crecer

Hay normas, hay marcos sociales. Hay una constitución  tácita en la que no está bien visto el pelilargo. Las porras son irrespetuosas, no piden permiso, son llamativas, no tienen vergüenza, y son irremediablemente rebeldes. Cada centímetro que el pelo avanza es un centímetro más que aleja al melenudo de la gente bien nacida.
Las melenas son algo poco común hoy en día. Ya no son los ochentas. Los ídolos dejaron de ser esos rockeros de videoclip, con sus rulos y su fijador de pelo, con un ventilador que agita sus crines, creando un efecto intencionadamente sensual. Los tiempos cambiaron, pero no para todos. Repasemos. Los hippies son los exponentes más populares del pelilargismo; también están los rasta, con dreadlocks que pueden llegar a arrastrar por el piso con orgullo; los motoqueros y los metaleros, que a veces son la misma cosa ; y los vagabundos y los artistas, que a veces son la misma cosa también. Si hay algo que distingue a estos grupos marginales es el largo de sus cabelleras. No son los tatuajes, ni los piercing, es el pelo de la cabeza, y también el pelo de la cara, o barba, pero ese es otro tema. ¿Será que inconcientemente ellos quieren volver a un estado arcaico de la existencia, o es sólo que con sus crines buscan dar una imagen de primitivos? La verdad es que no lo sé, tal vez sólo siguen lo que hace su grupo de pertenencia.
Yo, por lo pronto, nunca tuve el pelo tan largo. Es una mota. La gente se sorprende o no me reconoce. Quiero la foto como premio, para mostrarles con orgullo a mis hijos el fruto peludo de mi paciencia. Pero ¿Qué mujer, ahora, así, con este quilombo en la cabeza? Quiero el Guiness y también quiero la experiencia de vivir por un tiempo como un delincuente.